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A
finales de marzo pasado, coincidiendo con el inicio de la Semana Santa,
mi tía nos obsequió, a sus hermanas, a su marido y a mí, con una
suculenta receta de judías blancas a los tres chorizos que, regadas con
un buen ribera del duero, hizo nuestras delicias.
Como buena anfitriona
que es, sobre todo en cuanto a lo culinario se refiere, mi tía no deja
escapar ni el más mínimo detalle de la liturgia:
entrantes, primeros, segundos, postres, café, dulces...un festival,
vaya.
Lástima que, pese a las buenas intenciones de las que iba cargado,
aquel manjar propiciase una Semana Santa de pasión inesperada: el
organismo de mi madre se reveló ante tal exceso, dijo ¡NO!, bien alto y
claro, y acabamos en urgencias, donde hicimos noche aguardando, en
principio un diagnóstico, y más tarde una habitación.
Y allí pasamos las
vacaciones...
¿Mi madre?, afortunadamente bien, recuperándose, gracias.
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